sábado, noviembre 04, 2006

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Una mujer conoce a un hombre en un paradero.
Es un encuentro bastante normal. Casi sin importancia si no fuera porque ella se enamora perdidamente de él.
Perdidamente.
Esto quiere decir que no hay minuto en que no piense en él y que no sienta que su vida sin la presencia de su amado ser es inservible, apocalíptica y sin sentido. Perdidamente.
En el paradero cruzan un par de palabras. Él viste un terno algo ajado pero de un azul tan particular que lo hace parecer el hombre más atractivo de la tierra. Es un azul especial, un azul convertido en azul especial porque él tiene unas manos hermosas y, a pesar de no tener tan buena dentadura, su voz parece la mejor de las músicas cuando sale de su boca.
Ella siente mariposas en el estómago, frío en su pecho, sonrojada las mejillas.
Además de sus nombres se dan el número de la micro que a cada uno les sirve. Ella sonríe con timidez, con miedo, con el pavor de permanecer un minuto más sin poder besarlo.
No lo besa.
Pasa la micro que a él le sirve. La toma. Le hace adiós por la ventana.
Se encuentran otra vez en el mismo paradero, un par de días después.
Conversan, se ríen más que la otra vez. Se acerca él a ella y ella se deja cercar, controlar, tocar.
Pasan los días. Se llaman por teléfono.
Salen.
Van juntos a la casa de él.
La cama está desordenada, una marraqueta medio mordida reposa en la panera. Un vaso de bebida con el gas desvanecido, un caset de Virus y otro de Miguel Bosé.
Ella limpia la mesa con un pañito. Se sientan.
Él la mira. Observa su perfil de nariz ancha y pequeña. La encuentra bonita. Le gusta.
Ella se deja mirar y lo encuentra bonito, sexy, le gusta. Mucho. Quiere besarlo de una buena vez.
Lo mira y le da un beso apagado.
El le toma la mano y la atrae hacia sí.
Se besan.
Se tocan.
Se desnudan a medias.
Hacen el amor con pasión y entrega.
Ella se emociona. Él un poco.
Pololean mucho tiempo. Se acompañan en sus victorias. Aman sus miserias.
Un día, ella lo mira y se da cuenta que ya no lo quiere.
Y se lo dice.
Él la golpea. Le deja un ojo morado.
Ella se va llorando. Él rompe una foto de ella. Llora mucho.
Pasan los días.
En el mismo paradero nunca más aparece ella. Sólo se queda él con su recuerdo pisoteado por las sucias ruedas de la micro que pasa rápido sin pararle.